Cuando en el 2000 fichamos al jugador de fútbol Luis María Alfageme, suscribimos un convenio con sus padres (en ese entonces contaba con 16 años) por el cual, entre otras estipulaciones, los nombrados renunciaban a la patria potestad en tanto y en cuanto su ejercicio implicara afectar los derechos federativos y económicos de los que pasaba a ser exclusivo titular el Club Cipolletti. Me apresuro a destacar que la referida renuncia lo era sólo con respecto a esa relación y sólo a ésa.
Por el referido convenio, el chico residiría en los albergues que en ese momento tenía el club para vivienda de futbolistas y debíamos nosotros resguardar la continuidad de los estudios que a nivel secundario venía cumpliendo el menor. El joven exhibió enormes condiciones, con algunas características que lo hacían diferente: 1,93 de estatura, delantero centro y muy buen manejo del balón. Ello hizo que lo viéramos jugar muy poco ya que a los pocos meses, al recibir la visita de la tercera división del club Boca Juniors, que disputó un encuentro con nuestro primer equipo que se preparaba para el Torneo Argentino A (Alfageme alcanzó a debutar en la primera fecha contra Aldosivi en Mar del Plata), los allegados al xeneize se interesaron en el jugador. Se inició inmediatamente las negociaciones, que terminaron con la firma de un convenio por el cual el Club Cipolletti pudo disponer libremente de los derechos que poseía respecto del jugador, asegurándose la participación en una venta futura.
Esto es moneda corriente cuando de convenios entre clubes se trata. Pero no siempre es así. Nos ha tocado enfrentarnos con padres que nos piden el pase libre del chico porque tiene posibilidades de irse a probar a River, Boca, Vélez, etc.
En realidad son los propios clubes de Buenos Aires los que formulan la exigencia tratando de "puentear" a las instituciones que les dieron formación, y es allí cuando se desata el conflicto ante la exigencia nuestra de que sea el club interesado quien lo pida. A los padres (seducidos por los cantos de sirena de empresarios y clubes porteños) les preguntan si el chico está fichado y ante la respuesta afirmativa les dicen que la única posibilidad de ingresar es que el club donde juega les otorgue el pase libre o la libertad de acción. No les explican la realidad. Adiós a aquella romántica y platónica relación entre padres y clubes que juntos observaron los pasos del joven por las divisiones formativas. La libertad de acción conseguida de manera coercitiva o forzosa representa, lisa y llanamente, un despojo hacia los clubes que hacen enormes esfuerzos para participar en todas las categorías de fútbol amateur ( de tercera a décima) en sus respectivas ligas.
En ese contexto, la pérdida es irreparable. El recientemente incorporado derecho de formación ha venido a mitigar un tanto, desde lo económico, situaciones como la descripta. La posibilidad de obtener el ingreso de dinero a través de convenios configura el leiv motiv de la cuestión toda vez que es sabido que el fútbol es una actividad deficitaria y que el presupuesto anual cierra si se obtienen recursos extraordinarios (sponsors, publicidad, etc.), por lo que el producido de una venta aliviará esas economías permitiendo el ansiado equilibrio, más aún cuando se participa en torneos que a esta altura son profesionales (el torneo Argentino A lo es). Es sabido que las divisiones menores que participan en las ligas del interior, en nuestro caso la Deportiva Confluencia, lo hacen gracias al enorme esfuerzo de los clubes. En este contexto, la "fuga" o el "robo" de talentos profundiza y agrava el problema y desalienta a quienes trabajan. Que se nos respete entonces el derecho a resguardar nuestro patrimonio y suscribir convenios que, en definitiva, nos generan expectativas económicas que se concretarán si se logra la transferencia "grande" del jugador. Digamos que no había antecedentes en nuestra institución respecto del tema, salvedad hecha al inicio de este comentario.
Hoy con la vorágine y la verdadera locura desatada con las potencialidades económicas de los jugadores de fútbol se ha llegado a la insensatez de forzar a los clubes a hacerles contratos a chicos con apenas 13 ó 14 años como forma de protegerse de eventuales desvinculaciones forzosas. Podría citar algunos ejemplos de jugadores de la zona que han llegado al fútbol grande y los clubes que los formaron, salvo honrosas excepciones, nada obtuvieron en compensación.
Sólo la firmeza de los dirigentes (convertidos en los malos de la película, sin entender que más que nadie queremos que los chicos vayan y triunfen) ha logrado, en más de un caso, obtener que los verdaderos interesados hagan acto de presencia y suscriban los convenios de estilo. Ingresando al fondo de la cuestión, la primera observación que se hará es si la renuncia al ejercicio de la patria potestad es válida y no resulta violatoria de alguna normativa. El tema no es menor y seguramente algunos tratadistas de Derecho alzarán sus voces sosteniendo que por estar vinculada al derecho de familia es una institución de las consideradas de orden público y por lo tanto irrenunciable e indisponible.
Mi postura es negativa en la medida en que la renuncia lo es solamente en relación con el aspecto que motiva la nota, esto es una renuncia parcial y con referencia a un tema y solo a uno: la imposibilidad de los padres de desvincular al chico del club (y negociar de "motu proprio" un nuevo fichaje). A todo evento, y sin perjuicio de lo que en definitiva tendrá un juez que resolver en el caso concreto, estamos convencidos de que al menos es mejor tener la cláusula de renuncia firmada a no tenerla. Si no la tenemos no habrá muchas chances de defender el derecho a no perder al jugador, debiendo resignarnos a percibir un porcentaje por los derechos de formación (ahora están reconocidos; antes, pito catalán), pero que son migajas si comparamos su entidad económica con la posibilidad de negociarlo libremente y quedar "enganchados" en futuras y sucesivas transferencias. Propiciamos en el Club Cipolletti que los padres de los jugadores menores cuando sean fichados suscriban la cláusula de renuncia anticipándonos a situaciones enojosas, en salvaguarda de los derechos de la institución. Si luego la cuestión se judicializa, al menos contaremos con aquella manifestación en nuestro descargo.
Una bocanada de aire fresco da el reciente fallo publicado por el "Río Negro" en su edición del 23/9/09 pág. 39 en referencia a una sentencia de un tribunal neuquino que revocó el pronunciamiento del juez de primera instancia que le había otorgado la libertad de acción a un chico de 17 años a solicitud de su madre (pretendía ficharlo en otro club).
Sirva este comentario para tantos clubes del interior del país, cuna de grandes futbolistas, que hacen diariamente enormes esfuerzos para mantener la actividad deportiva que más apasiona a los argentinos; instituciones que resultan muchas veces víctimas de verdaderos despojos y que a la hora del reparto ni siquiera están en el furgón de cola. Al menos protejámonos y dispongamos de las herramientas para defendernos.
HORACIO FREIBERG (*)
Especial para "Río Negro"
(*) Abogado. Ex presidente del Club Cipolletti.
Actual vice II.